Una curiosa conexión etimológica

La raíz etimológica de la palabra alumno es el verbo latino “alo-alere-altum”, que significa alimentar o nutrir. Por eso, ya en la Roma precristiana ambos conceptos nacieron muy vinculados entre sí. Alumno es aquel que se alimenta.

Por ejemplo: mientras el famoso poeta Horacio (65-8 a.C) aplicaba ese nombre a los niños de pecho que se alimentan de sus madres, su contemporáneo Cicerón (106-43 a.C) lo reservaba para los estudiantes y discípulos: aquellas personas que se nutren intelectualmente de sus profesores.

Enlazado a esta comunidad de origen se encuentra el participio pasado “altum”, que significa “alimentado”, y del cual deriva el adjetivo “alto”. Es decir: la persona alta era aquella que, precisamente por estar bien alimentada, había alcanzado la madurez, su pleno desarrollo.

Esta interesante conexión etimológica entre “alumno” y “alto” habita de modo sorprendente en el nombre y el escudo de nuestro colegio.

El hecho no deja de ser curioso. Hace ahora 40 años, cuando nuestro primer director Pablo Pratmarsó (Barcelona, 1936-Asunción, 2006) buscaba afanosamente un nombre para el colegio que nacía, pensó en un campo alto. ¿Por qué?

La pregunta está respondida en un artículo suyo, publicado en los años 90 en la primera revista del colegio. De allí hemos extraído algunas citas y datos que compartimos a continuación.

Buscando un nombre

Químico de profesión, había llegado al Paraguay en 1962, procedente de España. Venía por encargo directo de San Josemaría para comenzar el Opus Dei, institución de la Iglesia Católica que promueve la santidad en la vida cotidiana.

Pablo llevaba casi veinte años habitando el suelo guaraní, dedicándose desde el primer momento a la docencia universitaria, cuando aceptó una propuesta que le cambió la vida: un grupo de padres deseaba contar con él para dirigir y fundar un nuevo colegio en Asunción.

Como hombre apasionado por lan de las nuevas generaciones, de corazón grande y generoso, asumió el desafío empeñándose de lleno en la tarea. Lógicamente, entre lo más urgente de su “lista de tareas” se presentaba la necesidad de dar un nombre al flamante colegio.

La inspiración no llegaba hasta que un día, conversando con un amigo suyo entendido en temas ganaderos, le preguntó: “¿qué prefieres, un campo alto o un campo bajo?”.

La preferencia del ganadero era rotunda y la pronunció enseguida: “¡un campo alto!”, porque “es más sano para los animales: crecen mejor, no se enferman, el campo no se inunda, no hay bichos. Un campo alto es mejor”.

A Pablo le pareció que ese nombre constituía “un buen símbolo de lo que pretendíamos con el colegio”. Es decir: un lugar de buenos pastos, fértil y florido, donde se esté a gusto y se multipliquen las posibilidades de ir creciendo bien, sanamente, en todos los aspectos de la vida.

Campoalto se escribe todo junto

Finalmente, fue la famosa escritora paraguaya María Luisa Artecona de Thompson (1919-2003) quien sugirió unir ambos conceptos en una sola expresión: Campoalto. Experta en castellano, conocía muy bien el procedimiento lingüístico de la “composición morfológica”, mediante el cual surgen nuevos vocablos dotados de una especial fuerza semántica. A los lingüistas les gusta llamarlos “neologismos”.

Dicho sea de paso, esta gran profesora participó de lleno en los inicios de nuestro colegio aportando todo su conocimiento y buen hacer pedagógico. Cariñosamente, todos en aquellos años se dirigían a ella y la nombraban como “la abuelita”.

Un sol y tres estrellas

Definido el nombre, Pablo proyectó un sol y tres estrellas como elementos del escudo. Y daba las razones.

“Campoalto no puede ser un lugar húmedo, sino soleado”, explicaba, y se imaginaba “un sol naciente, rojo, lleno de energía para comunicarla a los que serían los habitantes del Campoalto, que habitarían un campo rico para alimentar el espíritu: de oro”

Si el sol caldea el ambiente, las estrellas marcan el camino: “pueden representar muchas virtudes. Elijo tres: limpieza de alma y cuerpo, por la cual somos señores de nosotros mismos; prudencia, que nos hace acometer lo que hay que hacer con decisión y responsabilidad; sinceridad, virtud básica para la convivencia alegre y confiada, para la amistad”.

Los valiosos y apetecibles “luceros” del escudo “son de oro”, mientras que el campo es rojo, color que evoca la lucha y el esfuerzo para elevarse hasta las alturas de la sabiduría, para conquistar las virtudes.

En aquel antiguo artículo, Pablo concluía su relato así: “El nombre y el escudo del colegio resumen y simbolizan lo que estamos pretendiendo: un Campoalto para niños y jóvenes, y para todos los que alientan el resurgimiento pleno del espíritu y de la ciencia”.